En estos últimos días, el alto el fuego, la liberación de rehenes, el inicio de la retirada parcial de las tropas israelíes y la entrada progresiva de la ayuda humanitaria nos dan un rayo de esperanza y, con cautela, nos animan a confiar en que el cese del lenguaje de las armas dé paso al lenguaje de la reparación, de la justicia y de la dignidad.
Este inicio de un proceso de paz no anula ni condona las atrocidades cometidas. Desde el COPC expresamos nuestro profundo rechazo y condena ante el genocidio y las graves violaciones de los derechos humanos que se han cometido en Gaza, así como ante los actos terroristas que dieron origen a este último capítulo de décadas de conflictos bélicos y de ignorancia del derecho internacional.
Desde el COPC creemos que ninguna nación ni colectividad tiene legitimidad para intentar anular la existencia de otra; la violencia, la imposición y la deshumanización nunca han sido, ni serán, el camino hacia la paz.
La destrucción masiva, los bombardeos indiscriminados y la privación de acceso a recursos esenciales han generado un sufrimiento insostenible para la población civil, especialmente para niños y personas vulnerables. Desde el inicio del conflicto, ya se han registrado miles de niños muertos, heridos o traumatizados. Según informes de Save the Children, en casi 23 meses de guerra se ha superado la cifra de 20.000 niños asesinados. Un dato que hiela la conciencia e interpela al mundo para que no gire la mirada ni permanezca en silencio.
Como psicólogas y psicólogos, vemos las heridas más allá del instante: la guerra inserta traumas que perduran y que marcan generaciones. El estrés postraumático, los duelos múltiples, la ansiedad, la depresión, la pérdida de sentido y la ruptura de los vínculos comunitarios son solo algunas de las cicatrices que este dolor colectivo deja atrás. Sabemos también que es posible reparar, recuperar y reconstruir, y que eso significa mucho tiempo, acompañamiento y compromiso.
La reparación no es solo aliviar el dolor: es restaurar la dignidad, reconocer a las víctimas, reconstruir los vínculos comunitarios y abrir espacios de confianza. Es un proceso que requiere memoria, justicia y apoyo para llegar a la oportunidad de una vida digna, sin temor ni opresión. Es acercarse al dolor para que este no sea eterno, y algún día se pueda recuperar la vida y establecer las bases para una convivencia en paz entre los habitantes de Palestina.
Aprovechamos también para manifestar nuestra preocupación y cercanía con todas las personas afectadas por otros conflictos bélicos en todo el mundo, que provocan sufrimiento, desplazamiento y pérdida del sentido de comunidad. Nuestra voz es un mismo clamor contra toda guerra, toda violencia y toda vulneración de los derechos humanos, sea donde sea.
Asimismo, desde el Colegio reafirmamos nuestro compromiso con una psicología que pone la vida y la dignidad humana en el centro, que denuncia cualquier forma de violencia u opresión, y que trabaja por la reparación, la resiliencia y la construcción de una convivencia basada en el respeto mutuo y en la paz.